Cuando se sobrevive con menos de dos dólares diarios, un aumento mínimo en los precios es una revolución. Esto ocurrió en la isla de Haití, una ex colonia francesa. El aumento en el arroz y los granos provocó un levantamiento (foto), estragos, cinco muertos, decenas de heridos y la caída del premier Jacques Édouard Alexis.

Haití es una república negra. Declaró su independencia en 1804, lo que la vuelve más antigua que la Argentina. Es el país más pobre de América, con el 70 por ciento de sus habitantes en la indigencia. En la isla del vudú, el presidente siempre se atribuyó poderes mágico-religiosos.

A la dinastía de los Duvalier, Papá y Baby Doc, los defendía una guardia de zombis, o eso decían ellos. Los sucedió en el gobierno el sacerdote católico Jean-Bertrand Aristide. Y después de nuevas revueltas y la intervención de Estados Unidos primero y de la ONU después, fue elegido y reelegido el actual presidente René Préval.

DOSCIENTOS AÑOS DE SOLEDAD. El haitiano Aristide era un sacerdote católico que dejó los hábitos. Fue una especie de Rasputín ilustrado y exitoso. Cuando Haití cumplió doscientos años, sus adversarios lo acusaban de mantener un poder despótico, corrupto por la demagogia, el fraude electoral y la violencia de sus fieles chimères, parapoliciales especialmente bien armados en el país más pobre de América. Esos adversarios no se limitaron a jugar el rol tradicional de la oposición que denuncia. Dominaron por las armas la mitad del territorio. Hoy René Préval preside un país que es la mitad de una isla sobre el Caribe (la otra mitad es la República Dominicana) conoce una tradición de intervenciones de tropas de Estados Unidos. El gobierno de Washington frenó las peores crisis. Siempre trató, hay que decir que en vano, de exportar lo inexportable –la democracia electoral– a este país que nació a la vida independiente el 1º de enero de 1804 por un decreto de Dessalines, negro esclavo de negros, y primer emperador.

LA RELIGIÓN ES POLÍTICA. Tres cuartos de los ocho millones de habitantes de Haití se reconocen practicantes de vudú. Una religión que con creatividad y bizarría elementos de origen africano, en especial de la Costa del Golfo de Guinea, con el catolicismo romano de los colonizadores españoles y franceses que importaron a los negros como esclavos. Son cultos nocturnos, frenéticos, histéricos, donde no falta la sangre fresca de animales y la sospecha constante de sacrificios humanos.

Lo caracterizan la posesión de los fieles por la divinidad, los ritos de iniciación y de pasaje, con metáforas sexuales o de sexualidad sin metáfora, las danzas, el culto de los dioses de la tierra, del subsuelo y del mar, y una zoolatría transformada consuman sus bodas con Cristo, la virgen, el caballero San Jorge y otros santos católicos. Son estos fieles del vudú los que salieron otra vez a las calles, y sólo se aplacaron con la muerte del premier y los envíos de alimentos de Brasil y otros países.

LA GUERRA DE LA LEVADURA. Si los cereales provocaron la revuelta en la república vudú, también generaron esta semana una guerra en Israel. A diferencia de la que los israelíes perdieron en el Líbano en 2006, ésta puede hacer caer al gobierno centrista del partido Ehud Olmert. Porque para conservar el poder, necesita conservar su coalición con el partido ultraortodoxo Shas. Como la Corte Suprema autorizó que los restaurantes sirvan pan con levadura y pizzas durante el sacrosanto Pésaj, durante el cual sólo se puede consumir pan ázimo, los de Shas amenazaron con abandonar al premier.

Tanto Olmert como otros integrantes salieron a defender el pan ázimo y las interdicciones alimentarias de la Pascua judía, símbolo del Estado hebreo. Como en Israel la división de poderes es respetada, el poder Ejecutivo poco puede hacer con las decisiones del Judicial, salvo deplorarlas en público o en privado. En el país de la primera de las religiones monoteístas, la vida política depende del visto bueno de sus habitantes más religiosos, como en la sincrética Haití.

EN EL NOMBRE DEL PADRE. En los análisis del electorado norteamericano se disputó el peso relativo de las mujeres, los negros, los hispanos, el proletariado urbano y la clase obrera no calificada. De ganar a estos grupos parecía depender el triunfo de uno u otro de los precandidatos demócratas, Barack Obama o Hillary Clinton. Sin embargo, en este país que recibirá el martes una extensa visita del Papa Benedicto XVI, el resultado final puede depender de otro grupo. Es el voto católico, clave en el estado de Pennsylvania, donde el 22 de abril se celebrarán las últimas elecciones internas significativas del Partido Demócrata.

En nada ayudarán a Obama sus declaraciones últimas, en las que declaró el sector obrero “es gente amargada, que se refugia en las armas o la religión”. Rápidamente, Hillary y el republicano John McCain atacaron de elitista a Obama. Con la religión de los obreros debió guardar el mayor de los cuidados. Podría haber atendido a la Cancillería Vaticana. Que en un texto oficial anunciando el viaje del Papa, explicaba que “a pesar de la separación entre Iglesia y Estado, los Estados Unidos son un país muy religioso”.