Experimentar a Bob Dylan en directo es uno de los gozos más potentes posibles. La noche del 24 de junio, en el Pueblo Español de Barcelona, el más mítico de los cantautores vivos del mundo ha exhibido su poderío y su maestría proverbial. Con un enfoque muy rockancolero y una heterodoxia fuera de medida, el bardo de Minnesota rellenó la atmósfera de algodones vibrantes y de descargas de magia musical pura y dura. Como es habitual en él, no hizo ni una concesión al respetable, ni un ‘buenas noches’, aunque estuvo razonablemente simpático ¡se movió y gesticuló varias veces!, a la vez que deconstruía y reconstruía lo que le venía en gana de su repertorio de más de cincuenta años. Con un toque low fi y con fallos de coordinación incluidos, el Sr. Zimmerman realizó juegos malabares y sorprendió a un público iniciado y expectante. La brillantez de su ‘Blowing in the wind’, irreconocible hasta pasados unos minutos, o las versiones, porque son versiones de sus propios originales, de ‘Balad of a Thin man,’ ‘Highway 61’, ‘Just like a woman’ o la apoteósica y más rara nunca vista ‘Like a Rolling Stone’ dejaron atónita la concurrencia. Y el hombre ni cogió una guitarra acústica, aporreo el Hammond B1, le falló un micro de armónica -que tocó de la manera más sencilla posible-, desafinó tropecientas veces y cantó o narró todo con una voz terminal de cazalla caducada, pero… ¡Dios mio!, con esas canciones y esa actitud Dylan puede hacer lo que quiera. Es extraterrestre.