Las vacunas, uno de los grandes logros de la salud pública, han conseguido que desaparezcan enfermedades como la viruela y que otras, como la polio, queden aisladas. El fenómeno antivacunas responde a una falta de civismo, a una cuestión de egoísmo refinado. Las teorías conspiratorias o la histeria parental dan lugar a niños mal cuidados. En el conjunto de España, la cobertura ha caído al 95% -del 98% de 2011- y en Cataluña incluso baja al 88%.

Dice mi suegro que todo lo que ocurre en Estados Unidos, tanto bueno como malo, acaba llegando más pronto que tarde. En el año 2007, la modelo Jenny McCarthy explicó en el show de Oprah Winfrey, el programa más visto de la televisión americana, cómo su hijo fue diagnosticado de autismo poco tiempo después de recibir varias vacunas. A partir de ahí y con ayuda del actor Jim Carrey, su pareja por entonces, comenzaron una activa campaña anti vacunación con tintes ‘conspiranoicos’. En España, tuvimos hace poco un programa de debate, liderado por mi admirado Carlos Herrera, en el que se discutió sobre la conveniencia de vacunar a los niños, dándole opinión al público en general. Como si fuera una decisión a tomar democráticamente, por sufragio universal. No, señores. Hay cosas que deben ser decididas por los que saben. O ¿es que vamos a votar cada fármaco que se prescriba? En realidad, el origen de estas desgraciadas intervenciones hay que buscarlo en 1998 cuando se publicó, nada menos que en The Lancet (es una muy buena revista científica) un estudio de un gastroenterólogo británico en el que afirmaba que la vacuna de la triple vírica (sarampión, paperas y rubeola) era la causante directa del autismo. A pesar de lo sesgado y manipulado del estudio, tuvo una enorme repercusión. La única razón por la que puede parecer que exista una relación entre el autismo y las vacunas es que el autismo no puede ser diagnosticado hasta que el niño tiene cierta edad, edad que coincide con la época en la que más vacunas suele haber en los calendarios. O sea, todo niño diagnosticado de autismo ha sido vacunado recientemente (y también habrá bebido agua recientemente y no por eso el agua es causa del autismo). Pero, aun así, en vista del desastre, también se ha hecho una investigación a fondo que ha determinado la ausencia de conexión entre vacunación y autismo.

Hay más falsos mitos sobre las vacunas. Durante un tiempo, se puso en duda la seguridad del timerosal, un compuesto químico utilizado como conservante y que contiene mercurio. Este compuesto ya no se utiliza, pero como consecuencia de la insistencia de denunciantes ilustres, como Robert F. Kennedy Jr. (sobrino de JFK), el presidente Trump ha creado un comité sobre seguridad de vacunas. Las vacunas sí que contienen algo de aluminio para aumentar su eficacia. El aluminio puede ocasionar alguna reacción cutánea adversa y se ha dicho, sin fundamento, que podría dar lugar a problemas neurológicos. Las sales de aluminio se llevan usando más de 70 años en unas cantidades de menos del 1%, niveles que son comunes a muchos otros alimentos habituales que no producen problemas (la leche materna contiene más aluminio que las vacunas). Finalmente, también se han tratado de relacionar algunas vacunas con el síndrome de muerte súbita del lactante. La muerte súbita es terriblemente descorazonadora, porque no se acaba de encontrar la causa y, por tanto, es candidata a buscarle cualquier culpable. Aquí estamos en el mismo caso que con el autismo. Es evidente que los bebés que mueren por culpa de este síndrome han sido poco tiempo antes vacunados, en razón de su corta edad.

Pero el alarmante aumento actual de padres que no vacunan a sus hijos tiene que tener más causas. Cada vez es más frecuente ver madres y padres que son incapaces de asumir ni el más mínimo sufrimiento de sus hijos y les parece poco menos que un trauma ver cómo les duele el pinchazo de la aguja, a lo que hay que añadir las reacciones, casi siempre livianas, que producen algunas veces las vacunas. El extremo contrario de la actitud presuntamente superprotectora también abunda. Hay cada vez más padres con un nivel de desidia tal que no se ocupan de llevar el calendario de vacunación al día. Este fenómeno también es frecuente en familias desestructuradas.

Quiénes son los antivacunas

Algunas personas cuestionan uno de los mayores avances de la salud mundial. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué consecuencias puede tener no inmunizarse?

La combinación terrible de ideologías ‘conspiranoicas’, sumada a la histeria parental, más el creciente número de niños mal cuidados constituye un cóctel cuyo resultado es que ya hay vacunas con un nivel de distribución en la población de Estados Unidos claramente insuficiente. La inmunidad frente a algunas enfermedades muy graves está en peligro. Y el peligro es para todos los ciudadanos, vacunados o no. Porque hay que contar con que algunas personas no quedan inmunizadas aun vacunándose, por defectos en algún lote de la vacuna, errores en el proceso de vacunación u otras causas.

Para que surja una epidemia, el patógeno tiene que disponer de individuos no inmunizados en suficiente concentración. Si la población está inmunizada en un 80% o más, es casi imposible que se produzca una. Esta cifra podría tener que ser elevada debido al aumento en la movilidad de la población. Con cada vez más frecuencia, aparecen casos de enfermedades casi olvidadas en determinadas zonas del mundo por la llegada de personas que proceden o han viajado a lugares donde siguen padeciéndolas. Se calcula que solo un 76% de los niños americanos está al día en sus calendarios de vacunación.

El brote de sarampión que Rumanía sufre por las campañas antivacunas ya se ha cobrado 32 vidas

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La vacuna, de uso generalizado a partir de la década de los 80, logró frenar los estragos de esta enfermedad, que provocaba 2,6 millones de muertes al año

La vacunación de la población es uno de los grandes logros de la salud pública y ha conseguido erradicar enfermedades como la viruela y arrinconar otras muchas, como la polio. ¿Cómo es posible que alguien se plantee volver a situaciones anteriores? ¿Cuál puede ser la ventaja que compense arriesgarse a tener epidemias que causen mortalidades de cerca del 20%, como pasaba con la difteria, o que dejen terribles secuelas en numerosas personas, como ocurría con la polio? Todos deberíamos ser defensores de las vacunas, pero, entonces, ¿a qué vienen estos movimientos antivacunas?

Mi opinión personal es que se trata de una falta de civismo, de una cuestión de egoísmo muy refinado. Puesto que los demás están vacunados, piensan -consciente o subconscientemente-: “no importa que mi hijo no lo esté, la inmunidad general lo protege. Yo quiero ser del 20% que no se vacuna. Que las molestias las soporten los demás. Que los pinchazos, las esperas en el médico, los efectos secundarios y el control del calendario lo hagan los demás…” También influye mucho el que haya pasado tanto tiempo desde las últimas epidemias. Pocos padres actuales han visto a un niño enfermar de viruela, polio, meningitis, tétanos o difteria. Por último, se ha demonizado tanto a la industria farmacéutica que a algunos les duele cualquier gasto que pueda traducirse en negocio para el sector y no dejan de apuntarse a cualquier teoría conspirativa.

En España, la población sigue estando muy concienciada con la vacunación. Tenemos una cobertura del 95% en la población infantil. Sin embargo, la situación parece estar cambiando, pues en 2011 la cobertura rozaba el 98%, es decir, ha caído en casi tres puntos, según datos del Ministerio de Sanidad. Cataluña es la autonomía con menor cobertura, en concreto un 88% en niños de menos de un año. En esa comunidad se dio hace poco el caso del pequeño Oriol, que enfermó y murió de difteria, enfermedad de la que no estaba vacunado por decisión de sus padres. El problema nos va llegando… ya lo decía mi suegro: lo copiamos todo, y lo peor también.